El viernes 25 de abril, a las 20'00 h., en la Biblioteca del Colegio La Estación de Arnedo, tuvo lugar la charla-coloquio de Tomás Yerro Villanueva.
Nacido en Lerín (Navarra) en 1950. Profesor de la Universidad Pública de Navarra y de Ágora Universitaria. Catedrático de Bachillerato, jubilado, de Lengua y Literatura Españolas en el instituto 'Plaza de la Cruz' de Pamplona. Columnista de “Diario de Navarra” y de “Cuadernos de pedagogía”.
POETAS EN LA CORTE DE LA REINA CIENCIA
En 1802, Samuel Taylor Coleridge (1772-1834), siendo ya un poeta consagrado y lector asiduo de Ciencia, asistía a las clases que sir Humphry Davy, descubridor de la electrolisis y de varios elementos químicos, impartía en la Royal Institution de Londres. Cuando se le preguntaba al romántico inglés por su insólita conducta, respondía rotundo: “Asisto a dichas clases para enriquecer mis provisiones de metáforas”. A juzgar por tal declaración, resulta evidente que la Ciencia suministraba al escritor materiales lingü.sticos básicos para la elaboración de su propia obra. Por otra parte, su colega William Wordsworth (1770-1850) previó, en el prefacio de sus Baladas líricas (1798), un tiempo en el que “los descubrimientos más remotos del químicco, el botánico o el mineralogista serán objetos tan propios del arte poético como cualesquiera otros susceptibles de serlo.”
En cambio, John Keats (1795-1821), otro de los pilares del Romanticismo poético británico, creía que el gran Isaac Newton (1643-1727) había destruido toda la poesía del arcoiris al reducirlo a los colores del prisma, de suerte que consideraba al insigne científico algo así como un aguafiestas de la Poesía. Criterio análogo sostuvo el norteamericano Edgar Allan Poe (1809-1849), quien en 1829 publicó su Soneto a la ciencia:
¡Oh ciencia, verdadera hija de la antigüedad,
Que todo lo alteras con tus penetrantes ojos!
¿Por qué te ensañas con el corazón del poeta,
Cual buitre cuyas alas son la gris realidad?
¿Cómo podría él amar o tener por sabia
A quien no le permite que en sus ensoñaciones
Busque las joyas que rutilan en el firmamento,
A donde se remonta en intrépido vuelo?
¿No has sacado tú a Diana de su carro?
¿No has expulsado a la dríada del bosque
Obligándola a refugiarse en planeta más feliz?
¿No has arrancado a la náyade de sus aguas,
al elfo de la verde hierba, y a mí
del sueño estival bajo el tamarindo?
El autor de El cuervo responsabiliza, pues, a la Ciencia de haber deshauciado a los dioses del universo, principal fuente de ensoñación e inspiración poéticas, actitud que no le impide aplicar criterios científicos -muy racionalistas- en la construcción de sus relatos e incluso cultivar el género emergente de la ciencia-ficción. En su recelo de la Ciencia, Poe seguía la estela trazada en el siglo XVII por el poeta metafísico inglés John Donne (1572-1631) cuando se quejaba con amargura de que los avances de la nueva ciencia de la época, la mecánica, habían expulsado del universo toda la constelación de mitos y creaciones mitológicas urdidas por la fantasía humana. En la misma onda de preocupaciones se movió el romántico alemán Novalis (1772-1801): en Los discípulos en Sais (1798) culpó a los científicos de la muerte de la Naturaleza, uno de los temas predilectos de las artes románticas, pese a reconocer que hablaban la misma lengua que los poetas.
Sin embargo, para el romántico rezagado Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870), uno de los padres de la poesía moderna española, asociado a menudo y en exclusiva a presuntas evanescencias e idealismos amorosos, la importancia de la Ciencia es tal que vincula la existencia misma de la Poesía al permanente misterio humano y al afán de la Ciencia por descubrirlo. Así lo manifiesta en una de las estrofas de su Rima IV:
(…) Mientras la ciencia a descubrir no alcance
las fuentes de la vida,
y en el mar o en el cielo haya un abismo
que al cálculo resista,
mientras la humanidad siempre avanzando
no sepa a dó camina,
mientras haya un misterio para el hombre,
¡habrá poesía!
En este muestrario de destacados poetas del siglo XIX, período en el que se producen un desarrollo extraordinario de la Ciencia y también su institucionalización y profesionalización, pueden apreciarse diferentes formas de percibir una de las fuentes de conocimiento que más ha contribuido, contribuye y seguramente contribuirá al desarrollo y progreso de la humanidad. Lo cierto es que, con carácter general, puede afirmarse que a lo largo de la historia los poetas, según los casos, han dado la espalda a la Ciencia, la han rechazado y reprobado expresamente en contadas ocasiones y, sobre todo, asombrados, reverentes y maravillados, la han admirado, se han aprovechado de sus logros y han ofrecido de ella sus visiones específicas. Es más, durante varios siglos el poeta no caminó a la zaga de la Ciencia sino que, codo con codo con ella, a su misma altura, estuvo investido al mismo tiempo de la condición de poeta, filósofo y científico. ¿Pero qué es lo que sucede en la época contemporánea, la que más nos interesa aquí y ahora?
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